Unos niños que viajaron solos de Sudán del Sur a la frontera con Etiopía se columpian en un espacio de la ONG Plan Internacional en el campo de refugiados de Nguenyyiel, en Gambela, el 21 de junio de 2017
Sola y descalza, Nyadet siguió durante nueve días las huellas de aquellos sursudaneses quienes, como ella, huían de los combates. Caminando hacia el este, y sobreviviendo gracias a desconocidos que le ofrecían alimentos, alcanzó un campamento de refugiados en Etiopía.
Nyadet tiene 12 años. En noviembre, cuando las calles de Malakal, su ciudad, se transformaron en un campo de batalla, perdió el rastro de sus padres, su hermana y sus dos hermanos. «Quizá estén a salvo», espera la niña.
Más de 3,7 millones de sursudaneses, un tercio de la población, han huido de sus hogares a causa de la guerra que azota el país desde diciembre 2013.
En una de las peores crisis humanitarias del mundo, la situación de decenas de miles de menores separados de sus familias representa un problema particularmente punzante.
«Huyen de situaciones en las cuales sus vidas corren claramente peligro», explica Daniel Abate, de la ONG Save the Children, que procura reunir a los niños perdidos con sus familiares.
En el campamento de refugiados de Nguenyyiel, en el oeste de Etiopía, los menores que han logrado cruzar la frontera solos relatan cómo su infancia y sus familias quedaron destruidas.
«Hubo una guerra», explica tímidamente Nyakung, de 11 años. Su madre murió quemada viva en una choza. Sus tres hermanos fallecieron después de ser tiroteados mientras intentaban alcanzar refugio en una base de la ONU.
Las agencias humanitarias buscan reunir a las familias divididas por la guerra, pero mientras el conflicto siga haciendo estragos, las posibilidades de estos niños de encontrar a sus padres son mínimas.
– Sin esperanzas –
La guerra en Sudán del Sur, que enfrenta las tropas fieles al presidente Salva Kiir a aquellas de su antiguo vicepresidente Riek Machar, se caracteriza por un gran número de atrocidades étnicas tales como violaciones, asesinatos y torturas, a pesar de la presencia de los cascos azules en el país.
Alrededor de 6 millones de sursudaneses sufren penurias alimentarias.
De los 1,8 millones de sursudanenes que han huido del país, un millón son menores, estima la ONU. Un total de 75.000 han sido separados de sus padres o de la totalidad de sus familiares.
Los trabajadores humanitarios observan periódicamente cómo estos niños atraviesan con dificultad la frontera, acompañados por desconocidos o completamente solos.
«Se les ve exhaustos, con la vestimenta gastada, sin haberse duchado desde hace bastante tiempo. No les queda nada», relata Daniel Abate.
Cerca de 2.900 menores sin familia viven en Nguenyyiel y dividen su tiempo entre la escuela y una zona de juegos básica protegida del sol por árboles.
Chan, de 13 años, también huyó de Malakal cuando su casa, una choza de paja, ardió hacia finales de 2016. Caminó un mes antes para llegar a Etiopía. «Cuando veía un lugar seguro, iba en esa dirección», explica.
Si Nyandet espera encontrar un día su familia, otros como Chan han perdido toda esperanza, convencidos de que sus padres han muerto.
– Miedo a volver –
El acuerdo de paz concluido hace casi dos años entre el gobierno y los rebeldes comenzó a agonizar cuando estallaron violentos combates en Juba en julio de 2016.
El caos que reina en el país dificulta sobremanera la localización de las familias de los niños, en caso de que se encuentren con vida, lamenta Hiwotie Simachew, de la ONG Plan International.
A pesar de que algunos de los parientes permanezcan en el país, otros han huido sin duda a Uganda, Kenia, Sudán o Etiopía, si no más lejos.
Plan International y Save the Children han logrado devolver a centenares de niños a sus familias, pero la cifra representa solamente una fracción ínfima de los 31.500 niños sin acompañante registrados por las autoridades etíopes.
Incluso si el pariente es ubicado, a veces éste se niega a hacerse cargo del menor, añade Hiwotie Simachew, dando el ejemplo de un sursudanés residente en Australia que se negó a adoptar a tres de sus sobrinos.
En algunos casos son los propios menores quienes se niegan, temiendo volver al país del cual han huido, relata el trabajador humanitario. «Creen que si demuestran interés (en una reunión familiar), volverán a Sudán del Sur», declara.
Cortesía: AFP