Según el último sondeo, el 75 por ciento de los ciudadanos está satisfecho con su gestión.
Rodrigo Duterte cumplió este viernes el primer año de su mandato presidencial con una alta popularidad, tras haber embarcado a sus compatriotas en un «viaje difícil», entre asesinatos de la guerra antidroga y altercados diplomáticos.
Duterte se ganó duras críticas de los activistas de los Derechos Humanos por su campaña de represión del tráfico de drogas, una medida sin precedente, que ha dejado miles de muertos.
«Será un viaje difícil, pero únanse a mi igualmente», había advertido Duterte en su discurso inaugural.
El presidente celebra sus 12 meses en el poder sin haber solucionado la peor crisis de su mandato: la ocupación parcial de una gran ciudad musulmana del sur por parte de los yihadistas.
El exabogado de 72 años también dio al traste con décadas de statu quo diplomático, lanzando dardos verbales contra Estados Unidos, aliado tradicional, mientras trataba de acercarse a Pekín o Moscú.
Pero, con todo, los filipinos nunca han dejado de apoyarle. Según el último sondeo, el 75 por ciento de los ciudadanos estaría satisfecho con su gestión.
«La gente ama al hombre», explica Ricardo Abad, jefe del departamento de sociología y antropología de la Universidad Ateneo de Manila, refiriéndose al estilo de gobierno de un jefe de Estado seguro de sí mismo.
«Quizá, la gente no esté de acuerdo con su política, o puede que se muestren ambivalentes, pero debido a que les gusta mucho, le conceden el beneficio de la duda y le dan su confianza».
En el extranjero, Duterte ha copado los titulares por su guerra contra la droga, al anunciar que estaría «feliz de masacrar» a millones de toxicómanos. También es conocido por su lenguaje ordinario, y suele tildar a sus detractores de «hijos de puta».
‘Estilo nuevo’
Un buen número de filipinos pasa por alto estas groserías y prefieren fijarse en la figura antisistema, en el hombre llano y empático dispuesto a hacer de todo para cambiar las cosas.
«Inaugura un estilo de gobierno completamente nuevo, y la gente cree probablemente que necesitamos eso», subraya Edmund Tayao, profesor de Ciencias Políticas en la universidad de Santo Tomas.
En el último año, la guerra antidroga ha sido particularmente ruda. Según un balance oficial, la policía mató a 3.116 presuntos traficantes y toxicómanos. Asesinos desconocidos han acabado con la vida de 2.098 personas relacionadas con la droga. En paralelo, 8.200 personas han sido asesinadas por motivos desconocidos.
Activistas por los Derechos Humanos y otros opositores consideran que el presidente filipino quizá está orquestando un crimen contra la humanidad. Está acusado de incitar a policías corruptos y escuadrones de la muerte a cometer asesinatos en masa.
Hasta el 23 de mayo, la guerra contra la droga era su prioridad pero, a fecha de hoy, los yihadistas que enarbolan la bandera del grupo Estado Islámico (EI) han saqueado varios barrios de la ciudad meridional de Marawi.
‘Supermayoría’
Duterte declaró inmediatamente la ley marcial en toda la región de Mindanao, en el sur de Filipinas, donde viven 20 millones de personas. Acusó a los yihadistas de querer decretar allí un «califato».
Pero, pese a una intensa campaña de bombardeos apoyada por Estados Unidos, el ejército no ha conseguido expulsar a los yihadistas. Los combates han causado más de 400 muertos, según el gobierno, y no parece que vayan a terminar pronto.
Otro síntoma de la popularidad de Duterte es la «supermayoría» de la que dispone en la cámara baja del congreso, donde, de 296 escaños, solo siete están ocupados por la oposición.
Y uno de esos diputados de la oposición, Edcel Lagman, incluso llegó a elogiar la labor del jefe del Estado, si bien lo hizo con la boca pequeña.
«Pese a su comportamiento no presidencial, su lenguaje vulgar, su retórica abusiva y sus declaraciones políticas desequilibradas, el presidente Rodrigo Duterte, a su manera impenetrable, mantiene unido al país».
Pero, según Lagman, las promesas de «cambio» no se han traducido en hechos. Si esto continua, «su supermayoría» podría saltar por los aires.
Al principio de cualquier mandato, los representantes de todo color político suelen reunirse en torno a un presidente popular. Pero, tan pronto como cambia el viento, lo dejan de lado.
Cortesía: El tiempo