No deja de ser paradójico que este país violento, injusto y desigual, sea uno de los pocos –17, para ser exactos– en donde se cultiva uno de los mejores cacaos.
Además de las bondades del suelo, genética, que llaman los entendidos, la excelencia del grano que crece año a año se debe a cientos de familias campesinas que, de manera asociativa, le apostaron a su cultivo, a premios que han obtenido, a las compras regulares de chocolateros nacionales y a los compradores internacionales que aumentan porque su fama corre, literalmente, de boca en boca.
De hecho, en el sofisticado Salón del Chocolate, que se realiza cada año en un espacio de veinte mil metros cuadrados del Centro de Exposiciones de la Puerta de Versalles en París, Colombia obtuvo en el 2015 un primer premio con un cacao de Tumaco y cuatro variedades más fueron finalistas, dentro de cincuenta muestras.
No es la primera vez que los chocolateros del país se alzan con premios en ese tradicional salón. En el 2010 ya había sido ganador con un cacao procedente de Arauca y en el 2013, cuatro muestras de diversas regiones figuraron entre las finalistas.
Con estas credenciales parece natural que en una chocolatería, localizada en la pequeña ciudad de Braine-le-Comte, a 15 minutos en tren y a 20 en carro de Bruselas, algunas de las barras que se venden estén hechas con cacao proveniente de Colombia. “En total trabajamos, a mucho honor, con cinco orígenes colombianos: Tumaco, Santander (Carmen de Chucurí), Sierra Nevada, Córdoba y Huila”, contó Patricia Forero.
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Referencia: El Tiempo