En nuestra condición de ciudadanos y creyentes consideramos estructuras de pecado muchas de las situaciones que estamos viviendo, pues constituyen una fuente permanente de empobrecimiento, exclusión, deshumanización y desorientación. El creciente número de muertes violentas, de miles de heridos y la silenciosa pérdida de calidad de vida y hasta de muerte por desnutrición, falta de alimentos y medicinas, es un cuadro dramático que clama al cielo. Es un desconocimiento del elemental derecho a la vida, y por tanto, no puede calificarse sino de pecado. Recordemos la escena bíblica del primer asesinato cuando Caín mata por envidia a su hermano Abel. El fratricida fue condenado a vagar por el mundo con el sello de haber sido un criminal.
No podemos acostumbrarnos ni aceptar como algo fatal las muertes que a diario nos llenan de dolor y enlutan hogares. No podemos dejar que la impotencia, la rabia y la indignación penetren en nuestras almas y tratemos de pagar con la misma moneda. Hay que ser conscientes de que el ejercicio de derechos ciudadanos no puede ser impedido sin causa justa ni criminalizado, convirtiendo a quienes tienen por oficio el cuido de los ciudadanos en sus verdugos. “Es indispensable que la luz y el calor del Evangelio iluminen y juzguen estas situaciones, amenazas y perspectivas que sintetizamos como el “hoy” de Venezuela, porque en este contexto se reduce el espacio para lo trascendente, para el Dios de Jesucristo, para la acción del Espíritu y para que puedan desarrollarse los hijos de Dios.
La brutal represión que vemos a diario en las calles, la forma inhumana como se agrede a la gente, sobre todo a la juventud nos retrotraen a los tiempos de la “guerra a muerte” que sumió al país en una espiral irracional, en la que la vida no valía nada. No pueden las autoridades hacerse los sordos y ciegos ante las demandas de ser oídos y usar la fuerza para amedrentar, para encarcelar injustamente, sin procesos, sin respeto a los derechos fundamentales. Desconocer a los poderes legítimamente elegidos, simplemente porque no concuerdan con los postulados oficiales, es una aberración.
El poder se legitima por su buen ejercicio en la construcción de una sociedad justa, fraterna, esperanzada. Es urgente que se oigan tantas voces, dentro y fuera del país, que claman por una salida pacífica y constitucional a la profunda crisis que vivimos. Imponiendo amañadamente una constituyente que busca atornillar a un sector en el poder y acallar, más aún, eliminar toda disidencia, no es el camino de la reconciliación, del perdón, de la justicia y equidad que anhela la inmensa mayoría de la gente, en la que se cuentan no los opositores sino los sensatos de todas las tendencias que tienen derecho a que todos quepamos y tengamos un horizonte en el que la libertad, la disidencia, la pluralidad, sean el caldo de cultivo para que los venezolanos todos encontremos y construyamos la senda de la paz, de la armonía y del bienestar material y espiritual.
Estamos a tiempo para que no se siga derramando sangre inocente, ni aumentando el dolor de los que sufren. Que la sensatez venza al odio y el coraje del bien supere la acción de la fuerza bruta, porque si todos no somos ni podemos ser hermanos, vamos por el camino errado. Que el Señor y la Virgen bendigan a Venezuela.
De referencia: InfoCifras.