A pie o pidiendo un “ride”, más de mil migrantes centroamericanos atraviesan estos días México rumbo a Estados Unidos en una caravana que este año ha multiplicado sus participantes debido a la delicada situación que vive Honduras.
Las jornadas del llamado “Viacrucis migrantes en la lucha”, nombre que adquiere por su coincidencia con la Semana Santa, comienzan pronto; los migrantes empiezan su camino a las cinco de la mañana, para aprovechar las horas en las que el sol no golpea tan fuerte.
Sentados o tumbados sobre cobijas dispuestas en el suelo en un parque de la localidad de Mapastepec, los centroamericanos descansan a la sombra tras horas de caminata, parte de la cual algunos han podido cubrir en vehículos.
Entre ellos está Donaldo Enrique Romero, cuya gorra, en la que está dibujada una bandera estadounidense y un águila, da pistas sobre su destino: “Estados Unidos es la meta”, sentencia.
Cansado de las amenazas y la crisis política en su país, que -asegura- ha aumentado los costos de vida, este hondureño llegó a la sureña ciudad mexicana de Tapachula, muy próxima a la frontera con Guatemala, el pasado enero.
Tras unas semanas en las que intentaron emprender unos trámites que no terminaban de despegar -todo era “demasiado lento”-, Donaldo decidió sumarse al viacrucis, con el anhelo de alcanzar Misisipi, donde les esperan otros familiares ya asentados.
Al igual que ellos, son muchos los participantes que ya tienen a sus seres queridos al otro lado de la frontera. Josué Deras, otro hondureño de 21 años, cuenta que uno de sus amigos está en Nebraska, trabajando en la construcción.
Su plan es estar en EE.UU. unos tres o cuatro años, para “salir a buscar trabajo, un futuro, para un día tener una familia”.
Afirma que en su país “no hay forma de obtener dinero”, y que en el campo, al que se dedica, gana unos cinco dólares al día, “que no alcanza casi para nada”.
Los organizadores estiman que en toda la caravana hay unas 500 mujeres y niños. Ivi Jeannette Amaya González, cuyas hijas tienen diez meses y cuatro años, es consciente de que el camino es duro para las niñas, pero tanto ella como su marido quisieron asumir ese riesgo porque quieren darles “un futuro”.
Argumenta que, de no salir bien su plan de llegar a EEUU., buscarían otra vía para asentarse en otro lugar y no regresar a El Salvador, donde el esposo de su primo fue asesinado y sufren la inseguridad.
“No podríamos radicar allá nuevamente, ni en otra colonia ni en otro departamento, por eso estamos aquí haciéndole frente a esta situación”, apunta Ivi.
Normalmente, los participantes de la caravana rondan los 300 en esa zona sur del país -el número varía en las etapas siguientes porque hay migrantesque se van sumando-, pero en esta ocasión la cifra se ha multiplicado, especialmente con los hondureños, que suponen aproximadamente el 80 % del total.
Por ello, piden al Gobierno hondureño que “saquen a los militares de las calles” y que busque soluciones “sensibles”, y al Ejecutivo mexicano, que acepte más peticiones de asilo (que en su mayoría son denegadas) y amplíen su presupuesto dedicado a la causa, porque desde los albergues están saturados.
“La migración se ha disparado con la violencia, sin embargo, México no ha querido aumentar un centavo”, defiende el activista.
En las próximas semanas, el viacrucis continuará su viaje hacia el norte, que suele durar un mes. Tras el paso por la Ciudad de México, los itinerarios se diversificarán hacia distintos puntos.
Algunos de los migrantes optarán por Baja California, otros por Tamaulipas, otros por Sonora; todos con la intención de, una vez allí, poder pasar, por fin, la esperada frontera.
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Referencia La Opinión