La situación por la que pasan los inmigrantes venezolanos dispersados en el estado de Roraima es dramática, de auténtica calamidad. Esa es la conclusión a la que han llegado los miembros de la Comisión Episcopal Pastoral Especial para el Enfrentamiento a la Trata de Personas, después de una misión en la región de 28 de febrero a 4 de marzo, encabezados por su presidente, Monseñor Enemesio Lazzaris, a los que se han unido el obispo local, Monseñor Mario Antonio da Silva y Monseñor Felipe González, obispo del Vicariato Apostólico de Caroní, que tiene su sede en Santa Elena de Uairén, Venezuela.
El objetivo de la visita ha sido definir la contribución que la Iglesia brasileña puede llevar a cabo, buscando una mayor incidencia, asistencia y denuncia.
El pronunciamiento de la Comisión del episcopado brasileño se realizó después de conocer la situación por la que pasan los inmigrantes venezolanos, a partir del diálogo con diferentes organizaciones de la sociedad civil y de las instancias eclesiales que les están atendiendo.
Las ciudades de Pacaraima y Boa Vista concentran la mayor parte de los venezolanos, que en un número de unos 1.200, según datos de la Policía Federal brasileña, encargada del control de entradas y salidas del país, atraviesan cada día la frontera entre los dos países. La mayoría se hacinan en albergues improvisados, que en muchos casos poco se diferencian de los campos de refugiados presentes en tantos lugares del planeta. Otros muchos deambulan por las calles o son encontrados caminando, bajo un sol de 40 grados, a lo largo de los 200 kilómetros de la carretera que separa las dos ciudades, lo que les convierten en fáciles víctimas de todo tipo de explotación.
En Pacaraima, en la parroquia local, donde es párroco el misionero español Jesús López Fernández de Bobadilla, se sirven diariamente más de 800 desayunos, para muchos el único alimento que se llevan a la boca a lo largo del día. El centro de acogida de la ciudad reúne a los indígenas Warao, que actualmente son más de 500, en un local pensado inicialmente para 200.
El encuentro de los Obispos ha servido para constatar algunos desafíos que la situación está provocando. La Comisión reconoce que es necesaria una mayor articulación entre las diferentes instancias para mejorar la atención a los inmigrantes, llevado a cabo de forma muy precaria desde que llegan a la frontera, y quienes deben pagar precios muy elevados por los alimentos o por el transporte hasta la capital.
Los centros de acogida soportan un número muy por encima de su capacidad en condiciones muy precarias, la policía y el ejército llevan a cabo abusos de autoridad, parte de la población local rechaza a los venezolanos, a los que se acusa de cualquier episodio de violencia, se constata la existencia de trata de personas, tráfico de drogas y armas y explotación sexual de niños y adolescentes.
Ante esta situación, el obispo de Roraima, Monseñor Mario Antonio da Silva, reconoce que la visita de la comisión trae mucha esperanza para una Iglesia que está llevando a cabo numerosas acciones para atender a los inmigrantes, pero que padece ante la falta de recursos, lo que muchas veces impide llevar a cabo acciones de emergencia como la distribución de alimentos, una de las mayores demandas de los inmigrantes venezolanos.
Como reconocía Monseñor Enemesio Lazzaris, «misiones como ésta no sólo fortalecen mi fe, mi amor al Pueblo de Dios, mi amor por la Iglesia, que mira preferentemente a los pobres, a los excluidos, a aquellos que son abandonados», haciendo realidad «la invitación del Papa Francisco de ser Iglesia en salida, y no una Iglesia que se queda dentro de las paredes, del templo, de la sacristía, una Iglesia que va al encuentro de las angustias y clamores del pueblo».
Referencia: Religión digital